Si se pronuncia esta palabra finamente y dicha con tranquilidad, puede que hasta el receptor no se entere de que le estás insultando y quedes como una persona muy cultivada.
Su origen escrito se sitúa allá por el Siglo XV, viene del Latín de: "stultus" y curiosamente, los Sefardíes que tuvieron que abandonar España en aquella época, conservan aún estas palabras y le dan pleno uso, a diferencia de nosotros.
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