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miércoles, 19 de junio de 2019

EL ORO DE LOS TRIGALES (TERCERA PARTE), POR CARMEN RAVASSA LAO


EL ORO DE LOS TRIGALES
(3ª Parte)
A la mañana siguiente, pasado el relente de la noche que ablanda la mies, se iniciaría la jornada de trilla. Así que el abuelo fue al dormitorio de Pepito:
— Buenos días, pequeño, ale, vamos arriba si quieres trabajar un poco.
— Pero abuelo, si es muy temprano, tengo sueño.
— Si quieres trillar debes de levantarte ya, hay que hacerlo temprano antes de que apriete el sol porque luego hará mucho calor y no se podrá estar en la era.
— Vale, me levanto enseguida.
— Tu abuela ya te ha preparado el tazón de leche con las magdalenas que te gustan.
— Voy para allá en un momento.
Una vez desayunado y con los ojos bien despejaditos, corrió hacia la era.
— Bueno, Juan ya está listo, súbete con él pero ya sabes que no debes de soltarte.
El chiquillo más contento que unas pascuas hizo todo lo que le habían dicho. 
— ¡¡¡Adiós, abuelo….!!! —decía a cada vuelta que pasaba por su lado.
De vez en cuando otros hombres que estaban alrededor con unas horcas trataban de ir echando dentro de la parva la mies que se salía, y además la del centro la removían para que todas las espigas fuesen trilladas por parejo. 
Sobre las doce de la mañana dejaron las labores porque el sol ya apretaba bastante y unos se fueron a sus casas para volver a la tarde y otros que vivían más lejos, en el pueblo, se quedaron allí en el cortijo, descansando en el porche mientras bebían unas cervezas que la abuela había sacado de un pozo donde estaban metidas dentro de un cubo de metal, para que se mantuviesen fresquitas.
— Abuelo, y esos palos que terminan en tres dedos que se estaban usando, ¿para qué sirven?
— Esos palos se llaman horcas, con ellos los hombres hacinan las mieses y revuelven la parva para que cada vez que pase el trillo sea por todas las espigas y no se trillen unas más que otras.
— Y ya que está todo trillado ¿qué se tiene que hacer?
— Pues esta tarde, una vez que afloje el sol, terminamos la trilla y apilaremos todo lo que hay en la era en distintos montones, para tenerlo preparado para la labor de mañana, que estoy seguro que también te gustará.
— ¡Vamos todos a comer! —gritó la abuela desde la cocina a los que estaban sentados en el porche.
Había preparado unas gachas de harina de maíz con caldo colorado donde flotaban encima unos pimientos verdes asados que tenían una pinta bien apetitosa. Lo que más le gustaba a Pepito era la forma de comer este guiso que tenían en el pueblo. En una perola muy grande de barro puesta en un redondel tejido de esparto sobre una mesita pequeña y bajita, estaban las riquísimas gachas hechas de harina de maíz, los comensales se sentaban alrededor en sillas también bajitas, y cada uno con su cuchara comían directamente de la perola, los pimientos los cogían del rabito, el pimiento sobre la cuchara y directamente se lo metían en la boca. El porrón, con un vinillo rosado y fresquito iba dando de vez en cuando la vuelta con el que tragaban directamente el líquido que salía por el pitorro, igual que con el botijo. Pepito como no podía tomar vino, bebía de un pipote más pequeño que su abuela había comprado expresamente para él y así no le pesaba tanto.
(Continuará) Carmen Ravassa Lao.

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