Es una palabra tan cursi y llana que sigue empleándose en nuestros días, tiene su origen castellano allá por el Siglo XVII y no está muy claro cuándo se utilizó de forma escrita y oficial y menos cuando llego al habla popular.
Se cree que fueron los monjes los primeros en utilizarla y es muy probable que sea una derivación directa del latín conversacional de los conventos y de los dativos latinos: tibi-michi.
Sea como fuere, cuando usamos esta palabra, lo hacemos para referirnos a alguien que cuida exageradamente su aspecto y que le da mucha importancia a cosas que no la tienen, personas muy escrupulosas y delicadas, no solo en su comportamiento sino también en la forma de hablar.
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