Por supuesto, se hace referencia a La batalla de San Quintín, agosto de 1.557 entre España y Francia y se supone sin mucha elucubración, que el origen de la frase fue la famosa batalla.
San Quintín es famosa por el resultado de la contienda y es que fue una batalla modelo, de las que se refieren los libros de estrategia militar. Baste decir que el desenlace fueron 12.000 bajas; 6.000 prisioneros y 2.000 heridos por parte del ejército francés y sólo, apenas 300 bajas entre muertos y heridos en las tropas españolas.
Felipe II tras, tan importante victoria, mandó construir el Real Monasterio del Escorial y el nombre del Santo fue en honor de San Lorenzo ya que la batalla finalizó el día 10 de agosto (San Lorenzo).
Todo vino porque los franceses invadieron en reino de Nápoles en 1.556 y España contraatacó con sus tropas en los Paises Bajos. La experiencia del ejército español con soldados veteranos de los tercios de Flandes, más el duque de Saboya y un retén de casi 20.000 soldados reclutados, entre holandeses, alemanes e ingleses, hicieron que, Felipe II pusiera al mando de tan descomunal ejército a Manuel Filiberto Duque de Saboya, al que Francia le despojó de su Ducado años antes.
La guerra entre ambos Estados se decidió en San Quintín y el ejército español lo formaron 60.000 hombres y 15.000 jinetes y la batalla decisiva fue resuelta y "allí se armó, y era muy previsible que se armara, la de San Quintín".
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