Aquel día me levanté vital, alegre, mirándolo todo positivamente y decidí ir a la ciudad en bus dejando mi coche en el garaje y es que, si no tienes que conducir, no tienes que estar pendiente de la carretera y se disfruta más del paisaje urbano, además, me dije a mí mismo, 'no hay prisas, hay que gozar de cada instante y de cada pequeño detalle de la urbe'.
Es bus estaba casi vacío y me senté junto a una ventana. Esperando para subir estaba en la siguiente parada una señora de mediana edad con un cesto lleno de limones, ella vestía muy alegre con una cazadora verde pistacho.
Sin pensarlo y al ver la repleta cesta del cítrico amarillo, vinieron a mi cabeza las notas de una canción: 'Mi limón, mi limonero' y comencé a silbarla muy bajito. Un señor mayor, sentado en la fila de mi izquierda, dueño de una enorme barriga, seguía la canción con sus zapatos golpeando la barra de acero que tenía delante.
A medida que el bus iba recorriendo su ruta, comenzaba a entrar gente, unos jóvenes con mochilas que las pusieron en el suelo y se dedicaron entre risas a usar sus teléfonos, seguramente enviando mensajes; un cura con su sombrero negro de ala corta que parecía sacado de Puente Viejo se quedó de pié al fondo agarrado a la barra: unas muchachas árabes o de donde fuesen con su velo bien acoplado, se sentaron delante del todo; unos trabajadores con chalecos amarillos que parecían animados se quedaron junto a la puerta.
En fin, mirando a aquel aglomerado humano tan variopinto, se me olvidó la canción, cuando de repente, el señor de la barriga prominente comenzó a silbarla.
Me imagine todo un musical, la señora de los limones le lanzaba uno al sacerdote que lo capturaba con el hueco de su sombrero y lo pasaba a las mozas árabes que entre risas lo pasaron a los jóvenes y comenzó la fiesta de limones cruzados en el aire mientras la canción iba subiendo de tono; el conductor del bus, para no ser menos giraba el volante haciendo unos movimientos laterales muy leves pero acompasados, los del chaleco bailaban en el pasillo y se pasaban la cesta, la señora ya sin cesta, bailaba sola.
Había creado en mi mente todo un musical lleno de limones y música, cuando sonó un timbre eléctrico que anunciaba la próxima parada, bajé con una sonrisa enorme para mis adentros y pensé que la vida es mejor con música, digo, si que lo es.
Fue un viaje muy ameno, para mi, por supuesto ya que lo disfruté en primera persona con mi imaginación.
El bus siguió su ruta, recogiendo a más personas y seguro que a alguien se le ocurriría otro musical.
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